“Sufrí dos reveses financieros importantes en mi vida:
uno cuando perdí un litigio; el otro cuando lo gané” Voltaire
Quienes han pasado por el mundo de la mediación, sea en el ámbito académico, como usuario o mediador, habrán escuchado y experimentado los beneficios que la mediación ofrece: menos costo, más eficiencia, mayor satisfacción. Todo eso es cierto y mayormente se comprueba con experimentar sus bondades al menos una vez.
Pero hay un objetivo más simple y global que constituye una poderosa razón para intentar la mediación: la certidumbre. Cuando un conflicto aparece en la vida de una persona o de un negocio, inmediatamente se echa la suerte sobre lo que dicho conflicto envuelve: bienes, personas, derechos, obligaciones, etc. Más aún, un conflicto se lleva consigo al menos parte de la estabilidad emocional de las personas involucradas.
Así pues, en el curso de un procedimiento contencioso, sea ante las autoridades judiciales o ante un tribunal arbitral, el conflicto nunca deja de implicar incertidumbre para las partes y para los abogados involucrados. Se puede perder o ganar, parcial o totalmente, pero eso no se sabe bajo ninguna circunstancia sino hasta que una decisión ha sido emitida y no exista ningún recurso en su contra. Y aún ahí, seguirá pendiente la ejecución de la decisión y por lo tanto la incertidumbre permanece. Y es que en muchos países, tener una sentencia o laudo arbitral a favor no es sino la mitad del camino.
Bien decía un querido maestro en la universidad, que recomendaba a sus alumnos conseguir un buen proveedor de marcos, pues en ocasiones el mayor logro profesional consistiría en colgar una sentencia victoriosa en la pared. Aunque con un dejo de cínico humor, el profesor tenía razón en que de nada sirve ganar un juicio, si la sentencia no se puede cumplir, por ejemplo, si la parte que resulte perdedora no tiene bienes con qué responder.
En pocas palabras, es posible saber cuándo y cómo se inicia un procedimiento litigioso, pero es imposible saber el cómo y el cuándo de su desenlace.
Algunos dirán y con razón, que si la vida es incierta el conflicto ha de serlo también, y no hay nada malo en ello. Pero también es cierto que la vida moderna y sobre todo el mundo de los negocios, ofrecen riesgos y ofrecen controles. En el camino de toma de decisiones, las personas y directivos de negocios deben considerar ambos extremos para la mejor ejecución de sus actos.
La mediación es pues, una oferta de control de riesgos. Es un seguro para quienes deciden que lo más conveniente para su vida o negocio es dejar atrás el incierto destino del conflicto en particular y tomar el control de sus intereses relacionados. La mediación se mueve, en pocas palabras, en el negocio de la certidumbre. Habrá posiblemente concesiones por hacer y se tendrán que sacrificar algunas cosas, pero al concluir se podrá aseverar que el conflicto ha quedado atrás y con él, la incertidumbre.
Al involucrarse un proceso de mediación, las partes deciden qué hacer, qué revelar, qué proponer, qué conceder y qué pedir. Si de la negociación asistida por el mediador, resulta una solución que le es satisfactoria a ambas partes entonces el conflicto concluye para siempre sin que queden dudas ni círculos por cerrar.
Esa certeza, frente a la incertidumbre de otros métodos de solución de conflictos, es otra de las grandes ventajas de la mediación y razón de más para fomentar su uso.